martes, 29 de abril de 2008

EL OCASO DE LOS ÍDOLOS

En la primera década del siglo XXI, la ideología dominante en los gobiernos del así llamado primer mundo ya se ha estabilizado definitivamente a lo largo del planeta, dejando atrás la convulsa época ideológica que trastocó las ideas marxistas para hacerlas propias basándose en el concepto de propiedad estatal de las mercancías e ideas centralizadas, paradójicamente, en una elite que no supo dar al pueblo el eidôs (ideas) para llegar a la práxis (acción) al pueblo para que por él mismo pudiera adquirir un concepto de sociedad redistributiva útil para el sistema de valores y para todos sus componentes. Ante este aparente caos ideológico el marxismo viró a escala mundial hacia una confrontación cara a cara con el capitalismo, que, como no podía ser de otra forma, supo manejar el mercado para dar una imagen de prosperidad global de sus logros en sus puntales económicos e ideológicos de libertad individual. La confrontación era una batalla perdida décadas atrás por el comunismo al "vender" un producto basado en la propaganda contra el bienestar social.

Las desigualdades propias del capitalismo son inherentes al mismo: la libertad y la igualdad, al igual que en el ya extinto comunismo del siglo XX, son panfletarias en muchos casos. La socialdemocracia no puede hacer ya sino mirar cómo el neoliberalismo la continúa aplastando allá por donde pasa. Las cifras económicas ayudan a la elite mientras porcentajes crecientes de población rebasan por desgracia el umbral de la pobreza; en definitiva, la polarización social crece año a año, y continuará haciéndolo de continuar con el mismo modelo económico.

Una explicación podría basarse en el retroceso de la socialdemocracia. La fecha de inicio podría, como no podía ser de otra forma, encontrarse a finales de los años 70 y principios de los 80. ¿Por qué? En el fondo hay una lógica postideológica. En estos años el régimen soviético, cabeza pensante del bloque comunista, empieza a tener una situación económica en la que no puede luchar cara a cara con el capitalismo. Las inversiones estadounidenses en defensa no pueden tener respuesta en un modelo desgastado. La posibilidad propagandística de la URSS a su pueblo se desvanece. Es una oportunidad que el gobierno Reegan no puede desaprovechar. Opta, junto a Tatcher en las islas, por una absoluta descentralización de la economía y en una elevación del gasto militar. Este tipo de gobiernos deja en un segundo plano las ayudas sociales y trata de destruir los logros conseguidos por las socialdemocracias. Breznev, Zinoiev, Kamenev, la vieja guardia que se va haciendo con el poder en el Kremlin, que cambia año tras año por las muertes de unos y de otros como muestra del desgaste del régimen. No se puede hacer frente al ataque occidental con las mismas armas. La batalla se empieza a perder a pasos agigantados. Gorvachov llega al poder en 1986, y con el comenzará la perestroika (apertura) y el glasnost (transparencia). Salen a relucir los defectos de un sistema incapaz de dar a la población lo que le prometió ya en 1917. Siempre hay que apretarse el cinturón para hacer frente al capitalismo, año tras año. Chernovil es un ejemplo claro de un modelo incapaz siquiera de proteger a su pueblo del desastre. En noviembre de 1989 se rompe el muro de la confrontación, y los antiguos satélites soviéticos escapan de las redes de la URSS sin que fuera posible que los tanques del ejército rojo entrasen en sus ciudades. El capitalismo había vencido.

Lo que significa el párrafo anterior es que nuevos mercados se abrieron al liberalismo, y éstos no tuvieron que soportar décadas de cambios para llegar al estado de bienestar. Los límites del neoliberalismo vendieron mejor sus cartas para economías desgastadas, incapaces de competir con occidente. El éxito y el lujo se podían alcanzar por dos vías: la rápida y otra que imitara los pasos de las democracias, y se pasó de un control estatal cuasiabsoluto a la primacía del mercado. Su represivo sistema previo tenía que ser cambiado de raíz. Todo por lo que se luchó durante décadas se debía destruir lo antes posible. La venganza del pueblo se materializó en el cambio absoluto, mediante el cual se constituyó una rueda que, al dar otra vuelta, hace ver la realidad: anteriormente, Europa del este tenía que dar cuentas al espejo soviético, al cual tenía que mirar para seguir sus pautas. Esto significaba turnos excesivos, salarios bajos y malestar social. Ahora, el mercado marca sus pautas, y la mayoría de los ciudadanos continúan trabajando por un sueldo miserable y un horario excesivo. El diablo les ha vuelto a prometer oro, y continúan buscándolo. Y la incorporación de millones ingentes de trabajadores para el mercado global a bajos precios repercute en mano de obra que previamente se veía protegida por un mercado más restringido. La competencia aumenta, los precios de sectores enteros caen y se culpa a países como China. La culpa es del sistema. Si se promete y no se puede cumplir, hay que atenerse a las consecuencias.

El mercado es un juego, y hay quien esconde sus cartas para luego dar una estocada; y hay quien cree tener la mano ganadora y luego resulta que la cartera pertenece a otro al final de la partida. Es sencillo vender humo, lo difícil es saber ver si la persona que vende trata de hacernos ver la realidad lo hace objetivamente o de un modo interesado. El futuro lo dirá. Aristóteles decía que, mientras que la historia narra lo ocurrido, la poesía cuenta lo que podría ocurrir. Nos hemos dejado llevar por la poesía del discurso del capitalismo actual que vende opulencia, sin creer que seremos, más que objetos de culto, vividores del día a día.